Con esta sencilla actitud mental Diana de 74 años venció al COVID-19

A continuación les presentamos la vivencia, narrada por ella misma, de Diana Victoria Montilla de Aguilera, una venezolana de 74 años que ahora vive en Madrid. Ella sobrevivió al Coronavirus y a 15 días de hospitalización gracias a una técnica de actitud mental muy sencilla que cualquiera de nosotros puede aplicar ante cualquier dolencia, enfermedad o circunstancia que nos cause angustia. Es una técnica que ella misma utilizó para combatir otra enfermedad letal a la cual también superó. Lean de sus propias palabras en qué consiste su filosofía de vida…

A mis 74 años jamás pensé que tuviera que pasar por esto. Me llamo Diana Victoria Montilla de Aguilera, me vine a España hace dos años y medio a casa de mi yerno y mi hija amada.

 

En realidad, no sé cómo pude contagiarme; mi hija y mi yerno piensan que pudo haber sido a través de ellos, quienes casi no tuvieron síntomas: fiebre y malestar general, pero nada de tos; su juventud y su sistema inmunológico también ayudaron. He de aclarar que en casa habitábamos dos personas mayores que nos convertían en las más vulnerables: mi consuegra de 78 años y yo. Gracias a Dios que a ella la apartaron rápido y fue trasladada a casa de su otra hija, ¡y caí yo!

 

Al respecto puedo decir que mis hijos están bien, nunca se hicieron la prueba. Pero creemos, repito, es lo único que pudo haber ocurrido, mi yerno trabaja en Madrid centro y mi hija a veces va a trabajar con él.

 

Como yo empecé con fiebre, baja de tensión, malestar general, diarrea, vómitos y poca tos, mi hija decidió llevarme al Centro de Salud y allí me dijeron que me regresara a casa y que ellos desde el Centro de Salud iban a seguir monitoreándome vía telefónica, y que si había algún cambio me llevaran de inmediato, como en efecto ocurrió. Cuando me empezó la insuficiencia respiratoria, enseguida fui remitida a hospitalización.

 

Fui llevada a la sala de emergencias, donde inmediatamente me pusieron oxígeno. Allí había puras camillas habilitadas, una al lado de la otra y apenas separadas por grandes cortinas blancas que caían del techo; solo pasé una noche allí, al día siguiente me hicieron la prueba del Coronavirus -que de paso he de decir que es horrorosa. Me introdujeron por la nariz un tubo como de 20 cms. de largo que sentí que me llegaba al cerebro, y aunque fue muy rápido, fue muy doloroso y desagradable.

 

De ahí fui trasladada a la Torre 1 del Hospital Infanta Sofía, a la 6ª planta, habitación 614B. Tenía una compañera de habitación muy mayor, de pelo blanco, que no hablaba para nada. Solo pasé una noche allí cuando fui trasladada a otra habitación donde permanecí hasta el final, la 617B.

 

Quiero resaltar que el trato humano y de especial cariño de todo el personal, tanto médico como de enfermería fue muy importante para mi recuperación. También quiero resaltar que desde hace muchísimos años, por situaciones adversas que me ha tocado vivir, aprendí a vivir, como dice la filosofía de los alcohólicos: “un día a la vez”, aprendí a vivir el aquí y el ahora… A ubicarme en espacio y tiempo, a no pensar en el mañana (que es un misterio)… Nunca sabes lo que pasará…

 

También contribuyó a mi mejoría mi actitud positiva ante las circunstancias. El recuerdo siempre presente de mi querida tía Ana Mercedes Asuaje de Rugeles (†) –Anamer para la familia– una gran metafísica discípula de Conny Méndez, gracias a quien aprendí a conocer a los arcángeles y la cual en una ocasión en que el cáncer se había presentado encapsulado en mi organismo y por el cual tuve que someterme a una histerectomía radical ampliada, me dijo: “Dios es perfecto, nosotros somos hijos de ÉL y por ende también lo somos… Eso que ahora tienes es tan solo una apariencia de malignidad y como tal desaparecerá”, como en efecto ocurrió.

 

«Prof. Ana Mercedes Asuaje de Rugeles (†)»

 

También doy gracias a mi fe en Dios, en la Virgen, en los arcángeles y en el Dr. José Gregorio Hernández quien siempre ha estado a mi lado en la situación que fuese necesaria.

 

Doy gracias igualmente a las energías positivas de mi hija amada y de nuestro “Telar de Gratitud”, a las plegarias por mi salud de todos mis amigos de la infancia, así como de mis hijos, de mi familia y queridos amigos, que me hicieron sentir una persona especial y amada por todos; gracias a ello puedo afirmar que en los quince días que estuve hospitalizada no me preocupé nunca por el tiempo que ya llevaba allí o por el que aún me faltaba por llevar… Sencillamente siempre estuve ubicada en el momento, espacio y tiempo.

 

Fueron muy importantes las cartas de aliento que recibíamos casi a diario de gente que estaba pendiente de nuestra condición y que me tocaba leer en voz alta a mi compañera de turno, quebrándose en más de una ocasión mi voz por la emoción.

 

Agradezco mucho la carta hermosa que me envió mi nieta de trece años, dándome ánimo así como sus más sentidas gracias por todo cuanto le había enseñado desde que estamos juntas y diciéndome la falta que le hacía y que no concebía la vida sin mí.

 

Por otra parte, afortunadamente contaba con mi móvil a través del cual podía comunicarme a diario con mis hijos, nietos, familia y amigos queridos, quienes me enviaban toda su energía positiva, que estaban pendientes de mí a diario. Y en ese móvil maravilloso tenía acceso a Netflix, por lo que podía ver la serie o película que quisiera; eso sí, concentrada profundamente en el drama que estuviese viendo: comedia, romance, tragedia, milagros, etc.

 

Lo más desagradable que tuve que soportar por mi insuficiencia respiratoria fue la máscara CPAP que es igualita a una máscara de Robocop. Me presionaba muy fuerte la cara, tanto que me salieron dos chichones horribles en la frente y en los pómulos. La presión era tan extrema que me colocaron unas almohadillas con sumo cuidado ya que no debía escaparse ni un hilito de oxígeno, el cual tenía que entrar a una gran presión hacia la nariz y la boca; no podía dormir sino estar sentada todo el día y toda la noche. Tenía que tomar agua cada dos minutos porque se me secaba la garganta a cada instante. Al principio solo me quitaban la horrible máscara para que pudiera comer; luego me liberaban tres horas por la mañana y tres por la tarde. Después me la dejaban solo en la noche, hasta que fue mejorando cada vez más mi saturación, es decir la cantidad de oxígeno que hay en la sangre. Y así, luego, solamente me la tenían que poner a partir de las 12 de la noche hasta el día siguiente… ¡Hasta que me la quitaron definitivamente! Después supe de labios de la propia neumóloga que yo había sido una de las pocas personas que había tolerado esa máscara y que ello me había ayudado muchísimo a superar mi insuficiencia respiratoria. Tras esto, solo me dejaron con el respirador nasal.

 

Todos los días me hacían placas de los pulmones, me sacaban sangre a diario para hacer las analíticas; de esas extracciones las más dolorosas fueron cuando me sacaron sangre de las arterias; según me dijo la analista en ese examen puede verse con más claridad la cantidad de oxígeno en la sangre.

 

Otro día me llevaron desde temprano a hacerme un escáner de los pulmones; como tuvimos que esperar mucho la enfermera y yo, y como a mí siempre me ha gustado conversar, me puse a hablar con ella y descubrí que estaba estudiando lenguaje de señas. Empecé entonces a intercambiar con ella señas, y le conté que yo fui cofundadora de la escuela de sordos de una provincia en Venezuela, y que eran tan diferentes las señas entre una región y otra, que cada provincia tenía su propio banco de señas. La chica, llamada Cristina, prometió llevarme al día siguiente el alfabeto español, como en efecto lo hizo, aparte de presentarme a otra enfermera que había estudiado lo mismo que yo: Educación Especial, y luego estudió para atender a sordos, pero lo dejó por la enfermería. De ese encuentro decidí que al volver todo a la normalidad iba a hacer un curso de señas del lenguaje de España.

 

En el escáner de los pulmones aparecieron, no solo la neumonía, sino unos trombitos, por lo que me mandaron —por tres meses— una inyección de heparina en el estómago, para mantener más líquida la sangre. Luego el especialista en trombosis me hará otras pruebas a ver cómo va todo.

 

De mis otras compañeras en la nueva habitación, la primera fue Paula, una chica joven, de apenas 40 años, de origen colombiano, con una niña de ocho años. Pau estaba muy malita, no solo tenía insuficiencia respiratoria, sino que sufría de vómitos constantes tanto de día como de noche, diarrea y dolor en un costado. Los doctores llegaron a pensar que tal vez tuviese pancreatitis; se sentía tan mal que le decía a los doctores que no la dejaran sufrir, que prefería morir. Estaba tan delicada que decidieron trasladarla a la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI).

 

En una oportunidad que llamé a la enfermera para que ayudara a Paula, escuché a los médicos decir que los medicamentos existentes no curaban, que solo aliviaban los síntomas y que debía ser nuestro propio organismo el que luchara contra el virus. Lo pensé, lo medité, y empecé a visualizar a mis defensas atacándolo para sacarlo de mi organismo.

 

De Paula os puedo contar que acabo a de llamar al Cottolengo del Padre Alegre, casa de cuidados de personas mayores, para preguntar por ella, ya que ha trabajado allí desde hace diez años, y las monjitas me dijeron: “aún podemos contarla en el mundo de los vivos, pero todavía sigue en la UCI porque ha estado muy malita y han tenido que hacerle muchos tratamientos…”

 

Luego pasé una sola noche sin compañía. Al día siguiente me llegó mi segunda compañera.

 

Antonia, de 82 años, que se sentía muy mal; solo quería morirse y eso les decía a los médicos, al personal de enfermería y a sus hijos cada vez que la llamaban. Luego tuvieron que ponerle un tranquilizante y atarle las manitas a la cama porque se quitaba el oxígeno. Un día cuando me desperté estaba allí una enfermera que me dijo que tenía que comunicarme que Antonia se había ido a otro plano mientras dormía… Volteé a verla, y ahí estaba, dormidita, ya sin ataduras en sus manos, sin oxígeno; le di gracias a Dios por haberse apiadado de ella y por haberlo hecho mientras dormía.

 

Dos días antes de ese episodio ya me habían quitado también el respirador nasal, es decir que era apta para irme a casa, lo que ocurrió la tarde del mismo día de la partida de Antonia.

 

En casa tuve que estar dos semanas más en aislamiento, para que luego volviera al centro de salud a fin de que me hicieran de nuevo la prueba del COVID-19, a ver si ya se había ido definitivamente de mi organismo, en lo que confiaba.

 

El miércoles cumplí mi primera semana de aislamiento; durante esta semana comencé a bajar al jardín a diario a tomar los 30 minutos de sol necesarios para que mi organismo absorbiera la cantidad necesaria de vitamina D, recomendable en contra del Coronavirus. Aprovecho y doy tres vueltas al jardín, caminando, lo que es bueno para mi sistema circulatorio.

 

Cada vez que bajo a la primera planta del chalet, lo hago siguiendo todas las normas del protocolo de aislamiento, con mascarilla y guantes, pues para ir al jardín he de pasar por la sala donde están todos viendo televisión.

 

En el tiempo que llevo de aislamiento en casa me he ocupado, entre otras cosas, de escribir desde mi móvil.

 

Ahora solo quedaba esperar a hacerme la prueba definitiva. Y que Dios siga protegiéndome.

 

Con los días me enteré de que, tristemente, Paula, la chica colombiana, quien había sido trasladada a la UCI donde estuvo recluida más de un mes, no había sobrevivido.

 

Eso me entristeció mucho porque era una chica muy joven y dejó a su única hijita con 8 años apenas, sola con su padre y lista ya para hacer la Primera Comunión, con la ilusión de ver a sus abuelos y familia que venían de Colombia a ese acto tan importante.

 

Pues bien, a los 20 días de aislamiento me hicieron nuevamente la prueba del COVID-19 y salió negativa, permitiéndome con ello volver a incorporarme normalmente al seno familiar.

 

Yo le doy cada día gracias a Dios por cada nuevo día que me regala, gracias a Él, a la Virgen, a los arcángeles y al Dr. José Gregorio. Los trombos que me habían quedado en los pulmones desaparecieron y la neumóloga –como dicen por estos lares– me dio de alta.

 

Por otra parte, cuando me hicieron el eco doppler en ambas piernas, la doctora me encontró trombos en las dos, pero me dijo que no eran a consecuencia del COVID-19 sino de una trombosis que me había dado en Venezuela hace ya como 12 años, por no haberme parado en el avión sino una sola vez en mi primer viaje a España. La llaman la trombosis del turista o del viajero.

 

Estoy en tratamiento y afortunadamente sin ninguna molestia, salgo a caminar a diario por 15 minutos para ejercitar mis piernas porque mi trabajo es muy sedentario.

 

Estoy haciendo unos libros digitales para la Enseñanza del Español como 2da Lengua o Lengua Extranjera para un proyecto de una sobrina que vive en Atlanta, Georgia; ella ha hecho los libros para los niños y yo estoy realizando los de adolescentes y adultos.

 

No he olvidado que en cuanto levanten la cuarentena y pueda ir personalmente a Madrid, me inscribiré para hacer el curso del Lenguaje de Señas españolas.

 

Por otra parte sigo siempre fiel a los arcángeles, a quienes aprendí a venerar –como lo mencioné antes, por mi muy querida tía Anamer quien fuera discípula de la gran metafísica Conny Mendez– y cada día me visto con una prenda del color del rayo de energía que derraman cada día.

 

Ya para culminar, quiero hacer constar que continúo con mi filosofía de “vivir un día a la vez”, ubicada siempre en espacio y tiempo y en el aquí y el ahora…

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9 comentarios en “Con esta sencilla actitud mental Diana de 74 años venció al COVID-19”

  1. Carmencita Bethencourt

    Estupendo artículo, yo conocí bastante bien a Ana Mercedes y siempre la consideré un espíritu sumamente elevado, generosa, cariñosa y muy creyente de la metafísica. Que Dios la tenga a su lado. Y usted Diana, reciba todo mi cariño y alegría por su mejoria, la felicito por lis planes que tiene para el futuro, reciba un fuerte abrazo, besitos y muchísimas bendiciones. Carmencita Bethencourt. Caracas, Venezuela. 16/08/2020

  2. Diana, leyendo su relato, descubro perfectamente lo mismo que yo vivi cuando estuve 21 días hospitalizada por Covid, gracias a Dios venciendo la enfermedad, y al salir igual, lo mismo….. Soy de México y tengo 45 años .. pero su relato me llamo mucho la atención pues exactamente a lo que viví. Le mando un caluroso abrazo y bendiciones

  3. Es un bonito relato y bastante inspirador, cuántas veces tenemos el TODO, dentro de nosotros pues somos hechos a semejanza de Dios y en el día a día, lo olvidamos.
    Emotiva y alentadora historia; ¡Gracias, a Doña Diana Victoria Montilla de Aguilera , por hacerla pública.

  4. Kelly anayanci villota Betancourth

    Que hermoso mensaje un dia a la vez y sobretodo la fe la certeza de que estabas sana y así fue gracias gracias que hermoso

  5. Muchas gracias por tan interesante relato, muy agradable todo el recuento de los momentos que aunque difíciles vividos en esas circunstancias se hacen muy amenos por la forma tan espectacular de su narración. Gracias por recordarme la base de las enseñanzas metafísicas, vivir el aquí y el ahora, entregarnos a Nuestro Dios y a la Santa Madre y a nuestros Amados Ángeles y Arcángeles que sin lugar a dudas estuvieron todo el tiempo velando por su salud. Me alegro enormemente por su recuperación y por su ánimo de seguir con sus actividades. Que Dios y los Amados Ángeles la bendigan. Soy Colombiana, aunque como usted también vivo en el exterior. Su relato ha sido para mi muy inspirador. Gracias otra vez.

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